miércoles, 28 de marzo de 2012


Ludwig van Beethoven



Escogimos a Beethoven ya que nos asombró que a pesar de su incapacidad auditiva fue capaz de crear tan magníficas  obras de música clásica.
El no necesitaba oír lo que componía ya que era capaz de imaginar y sentir sus melodías, desarrollo su mente de tal manera que no fue necesario tener todos sus sentidos intactos ya que su pasión y sus arte traspasaban esas fronteras.
Si este arista hubiese vivido en la época Nazi, tendríamos una gran pérdida de sus grandes obras, que por el solo hecho de ser diferente tendría que haber sido eliminado  y su  talento tan magnífico  jamás hubiera salido a la luz.







Ludwig van Beethoven, uno de los compositores más importantes de la historia de la música, desplegó su arte y maravilló a Europa en el siglo XVIII y XIX. Sufrió lo peor que le puede pasar a un músico: quedarse sordo.


Los detalles sobre su sordera es información extraída de su correspondencia. La primera referencia a su sordera data de 1801, cuando tenía 31 años.
Afectó primero a su oído izquierdo y luego se extendió a ambos, comenzaron los acúfenos (es decir, una sensación de campaneo o de zumbido en los oídos), le costaba entender los que los demás decían cuando hablaban si varias personas hablando a la vez.
A los 42 años ya había que hablarle a un volumen muy alto, llegó un momento en el que usaba trompetillas para amplificar los sonidos, pero llegó un momento en el que Beethoven empezó a comunicarse mediante escritos.
A partir de 1825, a los 55 años, no hay ninguna evidencia que indique que Beethoven podía entender una conversación hablada así que los científicos asumen que la sordera por aquel entonces era total.
Sordo, Beethoven empezó a componer por dentro, en su cabeza, escribiendo en papel e imaginando los sonidos. Los músicos dicen que tocar las piezas de su último periodo es como escalar el Everest en comparación con las de primer periodo que eran algo así como subir una colina.
La libertad formal que se tomó Beethoven en su última etapa hace a su música más bella de lo de por sí es.

Hasta que la enfermedad debutó con la pérdida de la capacidad para escuchar los sonidos   agudos. A medida que progresaba la dolencia el músico empezó a usar notas de frecuencia media y baja porque eran las que mejor podía manejar.

Beethoven podía componer sobre el papel e imaginar las notas, escucharlas en su cabeza. De hecho cuando ya oía mal se aseguraba de no tener un piano en la sala donde estaba componiendo para no tener la tentación de tocar lo que estaba escribiendo hasta que lo hubiera terminado, no quería desesperarse al escucharlo. 


OBRAS



En su prolífica trayectoria musical, Beethoven dejó para la posteridad un importante legado: nueve sinfonías, una ópera, dos misas, tres cantatas, treinta y dos sonatas para piano, cinco conciertos para piano, un concierto para violín, un triple concierto para violín, violonchelo, piano y orquesta, dieciséis cuartetos de cuerda, una gran fuga para cuarteto de cuerdas, diez sonatas para violín y piano, cinco sonatas para violonchelo y piano e innumerables oberturas, obras de cámara, series de variaciones, arreglos de canciones populares y bagatelas para piano. 



Primera y Segunda sinfonías 

Beethoven había cumplido los 30 años de edad cuando presentó su Primera Sinfonía (Op. 21), fascinando a sus contemporáneos por su frescura y originalidad. Mucho se ha hablado de su original inicio, pues la obra arranca con un acorde distinto a la tonalidad principal de do mayor. En todo caso, ésta era una de las rúbricas del viejo Haydn. En 1803 da a conocer la Segunda Sinfonía en re mayor (Op. 36), cuya alegría contrasta con la tristeza que vivía el autor. La influencia haydniana se deja sentir en estas composiciones de juventud. 


Eroica (Tercera) y cuarta sinfonías 



Dos años más tarde, Beethoven rompe todos los moldes clásicos con su Tercera Sinfonía en mi bemol mayor (Op. 55). Esta sinfonía contiene una de las anécdotas más interesantes de su vida: admirador de Napoleón, el músico de Bonn le consideraba un liberador de los privilegios de las coronas europeas, por lo que fue bautizada originalmente "Bonaparte". Sin embargo, al enterarse de la coronación de Napoleón como Emperador, Beethoven tachó el encabezado y lo cambió por el nombre definitivo: Sinfonia eroica, composta per festeggiare il sovvenire d'un grand'uomo (Sinfonía Heroica, compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre). Esta sinfonía dura dos veces más que cualquier otra de la época, la orquesta es más grande y los sonidos son claramente anunciadores del Romanticismo. La obra se compone de un primer movimiento (Allegro con brío) de una duración aproximada de 20 minutos: hasta esa fecha no se había compuesto un movimiento sinfónico tan extenso. Del II movimiento, una "Marcha fúnebre" (Adagio assai), se ha dicho que al enterarse de la muerte de Napoleón, Beethoven comentó "Yo ya escribí música para este triste hecho". El III movimiento es un agitado Scherzo (Allegro vivace), en el que se recrea una escena de caza; destaca el uso de las trompas. El Finale (Allegro molto) evoca una escena de danza y es apoteósico, con una gran exigencia de virtuosismo para la orquesta. 


La siguiente sinfonía es muy diferente. La Cuarta Sinfonía en si bemol mayor (Op. 60), 1806 recupera la frescura de sus dos primeras composiciones sinfónicas. En el IV movimiento se muestra una de las características del genio de Bonn: el virtuosismo que demanda de los intérpretes. El Finale de la Cuarta es muy exigente para el fagot. Esta sinfonía ha sido, según algunos críticos, injustamente relegada al lado de sus excepcionales antecesora y sucesora: "La grácil criatura griega en medio de dos gigantes germánicos". 

Quinta y Sexta sinfonías 

En 1808, Ludwig Van compone la colosal Quinta Sinfonía (Op. 67). Esta sinfonía en Do menor destaca principalmente por la construcción de los cuatro movimientos basados en cuatro notas (tres corcheas y una negra), las cuales abren la obra y retornan una y otra vez dando a la sinfonía una extraordinaria unidad. Para el músico significaban "la llamada del destino". El II movimiento es un hermoso tema con variaciones. El III movimiento, Scherzo, comienza misteriosamente y prosigue salvajemente en los metales con una forma derivada de la "llamada del destino"; un pasaje tejido por los pizzicati de las cuerdas se encadena sin pausa con el triunfal IV movimiento, Allegro. La Coda es memorable. Los románticos admiraron mucho esta obra y las tres corcheas con una negra del inicio (¿quién no las ha escuchado?) son quizá la firma más personal de Beethoven. 


Simultáneamente compuso la Sexta Sinfonía en fa mayor, conocida como Pastoral (Op. 68). Es difícil imaginar dos obras tan distintas: toda la fuerza y violencia de la Quinta se convierten en dulzura y lirismo en la Sexta, cuyos movimientos evocan escenas campestres. Es el mayor tributo dado por Beethoven a una de sus grandes fuentes de inspiración: la Naturaleza. Es también su única sinfonía en 5 movimientos (todos con subtítulos: Escena junto al arroyo, Animada reunión de campesinos, Himno de los Pastores, etc.), tres de ellos encadenados (es decir, que Beethoven elimina las habituales pausas entre segmentos sinfónicos). Como nota curiosa señalemos que Walt Disney ilustró esta obra en uno de los números de su película Fantasía. Para los puristas fue un sacrilegio añadir imágenes a la música beethoveniana 



Séptima y Octava sinfonías 



La Séptima Sinfonía en La mayor (Op. 92) aparece en 1813; el sordo maestro se empecinó en dirigirla en su estreno, con tragicómicos resultados. Pero la crítica reconoció una nueva genialidad de Beethoven; aún hoy hay expertos que la consideran como la mejor de sus sinfonías. Richard Wagner, otro ferviente beethoveniano, calificaría a la Séptima como la “apoteosis de la danza” por su implacable ritmo dancístico y notable lirismo, particularmente hondo en su célebre segundo movimiento. Es una obra de gran potencia. Al año siguiente, 1814, Beethoven concluye la Octava Sinfonía en Fa mayor (Op. 93), cuya brevedad (poco más de 20 minutos) no eclipsa la compleja elaboración que a esta altura había dejado patente. Es su sinfonía más alegre y desenfadada. Alguno la ha llamado: "la Octava de Beethoven... y la última de Haydn". La Octava parece un grato adiós al mundo clásico, definitivamente superado por él. El genio dejará pasar diez años para cerrar su ciclo sinfónico con una obra maestra total 



Novena sinfonía "Coral" 



En 1824, por último, Beethoven se consagra con su Novena Sinfonía “Coral” (Op. 125). Su orquestación y duración es superior a la de la Heroica. Su deslumbrante final incluye el uso de la voz humana, con 4 solistas y coro mixto que cantan en alemán los versos de Friedrich von Schiller: Alegría, hermosa chispa divina,/ hija del Eliseo,/ ebrios de entusiasmo entramos,/ ¡oh diosa! a tu santuario... Esta obra, mundialmente famosa y objeto de un sinfín de arreglos y versiones, ha sido declarada recientemente Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. El último movimiento de esta sinfonía fue adoptado en 1972 por el Consejo de Europa como su himno y en 1985 fue adoptado por los jefes de Estado y de Gobierno europeos como himno oficial de la Unión Europea. 



Una décima sinfonía estaba proyectada, de la que nos quedan apuntes y esquemas que permitieron a Barry Cooper reconstruir un primer movimiento hipotético. 



Oberturas 



Las 10 oberturas de Beethoven son piezas cortas que, posteriormente, serían ampliadas y trabajadas para su incorporación en obras mayores. En el fondo es música compuesta para musicalizar ballets (Las criaturas de Prometeo) y obras de teatro: Coriolano de Shakespeare, Egmont de Goethe, etc. Se trata de composiciones cerradas y uniformes que expresan emociones e ideas llenas de heroísmo. El tema de la libertad está muy presente en este apartado de la producción del músico de Bonn. Por ejemplo, la obertura “Coriolano” (Op. 62) ilustra musicalmente el drama homónimo de Shakespeare basado en el héroe que tiene que escoger entre la libertad de conciencia y su lealtad a las leyes romanas;, “Leonora Nº 3” (Op. 72a), por su parte, es la mejor de las cuatro oberturas escritas para la ópera “Fidelio”. De idéntica valía son “Las Criaturas de Prometeo” (Op. 43) y “Egmont” (Op. 84), siendo esta última un buen ejemplo de la típica composición “beethoveniana”, que se puede definir como “música vigorosa que empieza de forma fragmentaria, cobra un componente épico a medida que avanza y finaliza en apoteosis”. 



Conciertos 



Cada concierto de Beethoven es distinto, y en ello radica gran parte de su encanto y atractivo para los intérpretes y público. Beethoven desarrolla una escritura pianística de gran virtuosismo (recordemos que él mismo fue un gran virtuoso en su juventud). Quizá el más famoso sea el Concierto para piano no. 5 “Emperador”, de 1809, en donde el virtuosismo y el sinfonismo se combinan a la perfección. Es una composición épica ("sinfonía con piano" la han llamado algunos) que tiene un originalísimo arranque y soberbias cadencias. El origen del sobrenombre del Concierto Nº 5 (Emperador) se debe a que durante una de sus interpretaciones más tempranas, un soldado francés que se encontraba en el público, maravillado por el virtuosismo del concierto, se habría levantado gritando "es el emperador", en alusión a Napoleón. 



El Primer y Segundo Conciertos para piano destacan por su concepción alegre, mientras que el Concierto para piano Nº 3, de 1801, de tono serio, es de una amplitud y calidad incomparables. Por su parte, el Concierto para piano nº 4 , Op. 58, de 1808, apuesta por la profundidad lírica y ha sido considerado, por Emil Ludwig, como el "mejor concierto para solo instrumento jamás compuesto". En cuanto a los conciertos en los que participan más instrumentos, hay que señalar el Concierto para violín y el Triple Concierto para violín, violonchelo, piano y orquesta, en donde Beethoven sustituye el sinfonismo por un entretenimiento muy del gusto de la época, dado a resonancias algo exóticas: Rondó alla polacca es su rítmico tercer movimiento. 



Beethoven también compuso una Fantasía para piano, orquesta y coro, Op. 80, que se trata sin duda de una de las obras más asombrosas del repertorio de la música clásica, siendo una triple fantasía: comienza el piano solo, se le une la orquesta y, cerca del final, hace su entrada el coro —un esquema similar al de la Novena Sinfonía—. 



El único Concierto para violín (que cuenta además con una versión para piano) fue en su tiempo una obra controvertida que atrajo poca atención en su estreno, con el violinista Franz Clement en la parte solista. Fue solo en 1850, de la mano del violinista Joseph Joachim, amigo de Brahms, que el Concierto alcanzó notoriedad. La explicación de esta demora en imponerse es lo complejo de su interpretación, que hizo que pocos violinistas se atreviesen a tocarlo por años, argumentando que la participación del violín a la par con la orquesta les restaba protagonismo, lo que se unía a la fuerte exigencia de Beethoven. Hoy por hoy es una de las obras cumbre del repertorio violinístico, consideradas como los hitos que señalan la madurez que requiere un violinista para hacer carrera internacional. Dentro de esta categoría de obras para violín y orquesta deben incluirse además dos breves Romanzas para violín y orquesta. 



Sonatas para piano 



Sus 32 sonatas conforman el ciclo más extenso, complejo y difícil de la historia del pianismo universal. En ellas se manifiesta la personalidad revolucionaria y de transición de Beethoven, y el compositor se sitúa como el más destacado de la forma sonata del periodo comprendido entre Clasicismo y Romanticismo. Fiel a la forma sonata, el gran maestro se permite más de una innovación: sonata de dos (Op. 111), cuatro (Op. 109) o cinco movimientos, temas con variaciones, fugas, scherzos, etc. 



Estas sonatas presentan nuevas sonoridades, audaces experimentos, y queda encerrado el mundo interior del compositor y también el recién llegado lenguaje expresivo de la revolución romántica. En la temprana Patética, en la tempestuosa Appassionata, en la brusca y laberíntica Hammerklavier, en las últimas sonatas Op. 110 y 111, el compositor llega a las fronteras de la exposición pianística, que serán alcanzadas en el op.120. Beethoven fue uno de los compositores que más exigió a los constructores de piano a mejorar la sonoridad y resistencia de los pianofortes decimonónicos. 



El inadecuado entrenamiento que tuvo Beethoven en sus primeros años de estudios musicales se refleja en las tres sonatas para piano escritas en 1783. El piano súbito, los repentinos arranques, las figuras de arpegios (ejecutadas a altas velocidades en varias octavas de forma ascendente o descendente) conocidas como los "cohetes de Mannheim", son características de la personalidad musical y sentimental de Beethoven. Él es el primero en usar el acorde de novena sin preparar, y que se puede observar en el primer movimiento de su sonata op. 27 N° 2 "Claro de Luna", dedicada a otro de los grandes amores de su vida, la Condesa Giulietta Guicciardi. 



Las sonatas para piano de Beethoven transportaron la música a un nuevo orden. En las del op. 2, se advierte un aliento y un dominio estructural que rompían con la elegancia dieciochesca. Después de 1800, Beethoven empezó a desarrollar el género con proyecciones románticas. La Sonata op. 22, en Si bemol mayor, es la última sonata del primer período de composición, la cual Beethoven declaró como su sonata preferida. La op. 26 en La bemol, Hammerklavier (la primera que compuso desde el comienzo del nuevo siglo), se abre con un tema lento con variaciones, sigue con un scherzo temerario y vertiginoso, una marcha fúnebre "a la muerte de un héroe" y concluye en un final que es un torbellino. A ésta le siguieron las dos sonatas Quasi una fantasía op. 27 (a la segunda se la suele llamar Claro de Luna) que formalmente son cualquier cosa, menos convencionales. Los siguientes hitos de su composición pianística coincidieron con la gran crisis que le produjo el agravamiento de su sordera. La brillante Waldstein (el apellido del conde dedicatorio, más conocida por Aurora en los países hispanófonos) y la arrolladora Appasionata fueron de concepción tan revolucionaria, que hasta el propio Beethoven se abstuvo de escribir para piano solo, durante algunos años. Pero la cima de su pianismo son las cuatro últimas de las treinta y dos sonatas, desde la Op. 106, Hammerklavier —que es frecuentemente referida como "sinfónica", por sus cuatro movimientos y—, hasta la op. 111 en Do menor, la tonalidad de la que se valía para su música "Sturm und Drang", como por ejemplo, su Quinta Sinfonía. Las sonatas exigían un virtuosismo pianístico sin precedentes hasta entonces y eran prácticamente intocables en la época. Liszt fue quien demostró que era "tocable". 



Ópera y música vocal 



El genio de Beethoven se centró sobre todo en la música orquestal, compaginándola con la música de cámara y para piano. También intentó desarrollar obras vocales, aunque con suerte muy diversa. Por ejemplo, su única ópera escrita, “Fidelio”, revisada desde 1805 hasta 1814, fue un fracaso el día de su estreno. El genial músico tuvo que esperar hasta la primavera de 1814 (23 de mayo) para ser aclamado entusiásticamente por un público enfervorizado. La nueva versión representaba para el público más que la recreación de los principios del Iluminismo, como fue su primer objetivo en 1805, la celebración de las victorias sobre Napoleón y como una alegoría de la liberación de Europa. Fue entonces cuando, ruborizado ante tales muestras de apoyo y cariño del público, escribió en su libro de conversaciones: "Es evidente que uno compone más bellamente cuando lo hace para el gran público." Se trataba, sin duda, del mismo compositor que había gritado al editor, tras el desastre de su primer Fidelio: "No compongo para la galería, que se vayan todos al infierno", nueve años antes. 



Lo cierto es que Beethoven no mostraría particular interés en escribir óperas. Un proyecto largamente conversado con Goethe para transformar en ópera el Fausto no llegaría jamás a concretarse por razones desconocidas hasta hoy. Sin embargo, algunos autores, basados principalmente en anotaciones del propio Beethoven, han descrito algunas de sus sinfonías como "óperas encubiertas"; tal carácter ha sido asignado tanto a la "Sexta Sinfonía" como a la "Tercera Sinfonía". 



La celebrada Missa solemnis, escrita en 1818, su segunda obra para la iglesia católica, es un canto de fe a Dios y a la naturaleza del hombre. Es una de sus obras más famosas, compuesta por encargo de su alumno, el archiduque Rodolfo, nombrado en esa época arzobispo de Olomouc. 



La Missa solemnis provocó no pocos problemas a Beethoven. La obra fue estrenada parcialmente junto con la Novena sinfonía. La versión definitiva sólo sería conocida por completo después de su muerte. 



Otras obras corales de Beethoven son la Fantasía para piano, coro y orquesta (Op. 80), la Misa en Do mayor, Latina, (Op. 86), así como numerosos lieder, arias, coros y cánones, un ciclo de melodías, una cantata y el oratorio Cristo en el monte de los Olivos, en 1803, así como el famoso Presto de la Novena sinfonía. 










El Dr. Wagner realizo la autopsia de Beethoven luego de su muerte el 27 de Marzo de 1827.



Aunque el reporte original se ha perdido, se conserva una copia.



He aquí un corto extracto:


“…El cartílago del oído es de enormes dimensiones y de forma irregular. El hoyuelo del escafoides, y sobre todo la aurícula, son de dimensiones inmensas, y de una vez y media la profundidad usual…”

Mas allá de lo que mucho se ha dramatizado y exagerado, la sordera de Beethoven no fue completa de entrada. En realidad se estableció y desarrollo bastante lentamente. Lo que sí fue dramático, fue el momento en el que el joven y exitoso compositor e interprete, tuvo que aceptar que tenia una enfermedad que era permanente, con la que iba a tener que convivir. Y que se agravaba lentamente.

Mucho más tarde cuando no pudo esconder su sordera mas, la aceptó a mediados de su época heroica, esto inclusive lo dejó plasmado el mismo, en el margen del manuscrito de sus Cuartetos Razoumovsky.

Inclusive podríamos decir que hasta el final de su vida hubo algunos días en los que podía escuchar algo. Muchos otros no. Entonces, finalmente, cuando la dificultad fue ya muy importante, -mas o menos a partir de 1818- Beethoven usaba cuadernos en los cuales sus amigos, y visitantes podían escribir lo que querían comunicarle, o preguntarle lo que deseaban saber. Estos son los famosos “Cuadernos de Conversación”. Por esto, nosotros carecemos naturalmente de sus contestaciones salvo en algunas ocasiones especiales



Un facsímil del Testamento de Heiligenstadt.